domingo, 10 de enero de 2010

Relatos Scumm III: Mafia

Como viene siendo una costumbre, os prsento en esta nueva entrega de relatos uno que escribí hace ya algún tiempo sobre el juego Mafia. Perdonad las faltas que pueda haber y lo poco extenso del relato, pero al haberlo realizado para un foro en mis buenos tiempos, tampoco podía abusar mucho del espacio.

¡¡¡Espero que os guste!!!!


MAFIA


- De acuerdo - Dijo Charlie Tuercecuellos haciendo que una nube de denso humo se esparciese entre los dos gansters cuando este le dio una profunda calada a su descomunal puro. - Yo me quedo con las ganancias de la parte este de la ciudad junto con los impuestos que tendréis que pagarme cuando paséis por mis calles. Así como un cinco por ciento del negocio que hacéis con vuestras furcias.
- No Charlie, las damas son nuestras. - Contestó el segundo hombre conocido por el nombre de Jey Lancansfield muy suavemente y en voz baja. - Quédate con los impuestos que quieras por cruzar por tu parte de la ciudad, me parece justo. Pero piensa que nosotros haremos lo mismo. - Hubo un tenso silencio en el que se oyó como Charlie se retiraba su habano de la boca y removía sus pies en el sucio suelo del desvencijado almacén donde se estaba realizando la negociación. Controlando sin ningún disimulo donde estaban sus hombres, se volvió a mirar a Jey. Tocándose uno de los tirantes que adornaban su fina camisa de hilo blanco de la mejor calidad, esbozó una mueca de disgusto.
- Eso no es justo Jey, tu familia dispone del control de casi un setenta por ciento de esta diabólica ciudad, y además disponéis de toda la zona del puerto. ¿Como pretendes que descargue mis mercancías si me cobras a cada paso que doy?
- He venido a hacerte una propuesta. Hago lo mejor para mi familia. Impuestos por pasar por nuestras calles, lo cual incluye la zona del puerto. Si no te gusta, búscate otro que te descargue tus mercancías. - Contestó sonriente Jey a la vez que miraba de refilón el arma que Charlie portaba a un lado de su chaleco. Observando que la cara de su hombre de negocios cada vez transmitía una mayor ansiedad, pensó que las cosas quizás podrían salir mucho mejor de lo que él se había esperado en un primer momento. - De acuerdo, me has convencido. Te dejaré descargar en mi puerto sin que pagues ningún tipo de impuesto - Aceptó moviendo afirmativamente la cabeza mientras que observaba siniestramente la sonrisa de triunfo de Charlie Tuercecuellos.
- Entonces ya está todo hablado ¿No es así Lancansfield?, tenemos un magnífico trato. - Dijo el hombre del habano volviendo a llevárselo a la boca con satisfacción. - Solo nos queda firmar los pa...
- Perdona que te interrumpa un instante, mi buen Charlie. Quería preguntarte una sola cosa más antes de poder firmar nuestro trato.- Le interrumpió Jey Lancasfield con su voz sibilina.
- Soy todo oídos. - Replicó Charlie echándose hacia atrás en la silla mientras cruzaba los brazos sobre el pecho y manteniendo su buen talante.
- ¿Fuiste tú el que mató a la hermana de Yanisse? - De pronto, la sonrisa de satisfacción murió en la cara de Charlie, a la vez que una expresión de pánico se apoderó de sus ojos haciéndolos huidizos, provocando que se centrase más aún la atención en la fina capa de sudor que le había surgido en la raíz de su excaso pelo.
- En absoluto, socio. Supongo que esa mujer, que siempre fue de mal vivir terminó encontrando a un pobre bastardo en la calle que no le quiso pagar al terminar el trabajo y por lo tanto la mató cuando se puso pesada. Si quieres podría intentar buscar a su asesino y traértelo ante ti. - Replicó mientras se empezaba a levantar de su asiento y comenzaba a recoger la camisa que tenía colgada en la parte de atrás de la silla. Sin embargo, unas fuertes manos salieron de la nada y le sentaron de golpe en el duro mueble de madera.
-¿Pero qué....?
En ese momento, un perfume a jazmín recorrió la estancia. Desde la zona en sombras que quedaba como resultado de la baja luz de la lámpara que colgaba sobre los dos gansters, surgió una delicada mano que acariciaba lentamente un foulard de plumas azules. A medida que se fue iluminando las curvas de su cuerpo, se fueron destacando las distintas pequeñas lentejuelas que recorrían su largo vestido de fiesta para acabar en un perfecto y elegante escote. Un collar de perlas blancas como la nieve, recorrian su largo cuello para después bajar en ondas entre sus senos y de esta forma llamar algo más la atención sobre ellos. Sin embargo, no era esto lo que más asombraba a aquellos que la contemplaban. Era su rostro, como marcado en mármol, encuadrado en una larga melena oscura y rizada, que se completaba con unas tupidas pestañas del mismo color. Sus ojos, de un color gris, se perdieron entre las pequeñas volutas de humo que sus turgentes labios expulsaron tras dar una calada en la larga boquilla negra que tenía entre los dedos de la otra mano, adornados con un guante de satén que llegaba hasta su codo.
Con el sonido de sus altos tacones resonando en el suelo del almacén, la mujer se acercó hasta la mesa en la que un asustado Charlie miraba a la mujer.
- ¿Lo hiciste? - Preguntó ella con su seductora voz. Sin embargo, no se sabe si cautivado por la belleza del miedo, el hombre del habano no contestó, solamente acertó a tragar y a retorcerse en vano entre las manos de los que le presionaban contra la silla. Volviéndose esta ligeramente hacia Jey, el cual la miraba con lealtad ciega, le volvió a dar una displicente calada a su larga boquilla. - Matadle - Ordenó en voz baja, pero tan autoritariamente que llegó hasta el último rincón de aquel lugar.
-¡NO! - Chilló Charlie Tuercecuellos mientras las lágrimas le recorrian su redonda cara. - De acuerdo, yo la maté. Yo la maté. Lo admito, soy un puerco. Pero no me matéis. - Sollozó.
Ella, volviéndose hacia él le observó con desprecio.
- De acuerdo pues. Cédeme toda la parte de tu ciudad y te dejaré vivir. Sin condiciones, sin nada más que tu palabra sobre un papel y un lápiz que te voy a dejar y tu firma justo al pie del mismo. - Contestó lentamente, paladeando las palabras a la vez que se humedecía los labios con deliberada lentitud haciendo que brillasen a la luz de la lámpara.
-¿Pero entonces de qué viviré? - Inquirió Charlie asombrado
- Al menos vivirás - Contestó Jey en voz baja.
Tras un instante en el que pareció pensar como iba a terminar su vida después de perder cualquier fuente de ingresos posible y teniendo una familia que alimentar, tragó con dificultad saliva. Mirando por un instante a la mujer y como esta hacía un gesto, también contempló como uno de los que él creía que eran su guardaespaldas le ponía frente a él el papel y el lápiz.
Tras tomarlo con manos temblorosas y hacer una serie de anotaciones, garabateó su firma abajo del todo. Haciendo una pausa durante un instante, soltó el lápiz de mala manera en lo alto de la mesa y escupió a los pies de la mujer.
- Sois basura. Estoy seguro de que mi parte es una pequeña recompensa para las molestias que os habéis tomado.
Tomando esta el papel de encima de la mesa y sonriendo cálidamente a Charlie se empezó a girar con su habitual majestuosidad.
- Muchas gracias por este buen trato, Charlie - Dijo ella socarronamente.
Sin embargo en el momento en el que prácticamente su figura iba a ser engullida por las sombras, Charlie comenzó a reirse. Ella, se paró y le miró fijamente volviendo a la luz.
- Tu hermana murió como la puta que era. Hice bien en aprovecharme de ella todo lo que pude. No me importa lo que me hagáis a mi. Sé que vais a matarme. Solo espero que algún dia... aquellas familias que son más pequeñas incluso que la mia se levanten contra vosotros y probéis vuestra propia medicina. - Terminó de decir mientras continuó riéndose como el hombre que había perdido la razón.
Yanisse, volviéndose hacia la mesa, apagó su cigarro en ella y se quitó con un movimiento bastante sensual el guante, dedo por dedo.
- ¿Sabes, querido Charlie? - Comentó como si lo que fuese a decir no tuviese importancia. - Si que vas a vivir, y me encargaré de ello personalmente con todos los recursos que pueda tener a mi alcance. Porque quien morirá será tu mujer y tus hijas irán a parar al mismo burdel en el que tan bien te lo pasaste con mi hermana. Supongo que querrán sentirse en un ambiente familiar, por lo que... ¿qué mejor que el burdel que visitaba su propio padre?.
Abriendo los ojos como platos, Charlie pareció recuperar de pronto la cordura e intentó por todos los medios que era capaz de usarla.
- No por favor, no, te lo suplico. A mis hijas no. - Después, como si se lo pensase un poco más, la miró fijamente a sus grises y grandes ojos. -Matadme a mi. Si, matadme
Ella, volviéndose otra vez hacia el límite en penumbra... volvió su cabeza llena de rizos hacia él.
- No Charlie, tu vivirás.



FIN




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